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jueves, 6 de julio de 2017

Las mujeres que enfadaban a Javier Marías...

 Javier Marías
25 junio 2017
Más daño que beneficio


I MUCHA gente desconfía del cine español no es por la persecución que el PP y sus Gobiernos desataron contra él en venganza por las críticas y protestas de la mayoría de los miembros del gremio ante la indecente Guerra de Irak apoyada por Aznar, Rajoy y sus huestes en 2003. Los políticos, y en particular los de ese partido, carecen de crédito respecto a sus juicios artísticos. Por desgracia influyen en demasiadas cosas, pero no, por suerte, en lo que sus compatriotas leen o van a ver. La razón principal para esa desconfianza es que durante muchos años los críticos cinematográficos y la prensa decidieron que había que promover el cine nacional, hasta el punto de que casi todas las películas españolas que se estrenaban eran invariablemente “obras maestras”, “necesarias” (el adjetivo más ridículo imaginable) o (cómo detesto ese tipo de expresiones) “puñetazos en el estómago del espectador”. Hay muchas personas ingenuas y de buena fe. Acudían obedientemente a ver los “portentos” y cómo “se incendiaba la pantalla”, al decir de esos críticos paternalistas, y frecuentemente —no siempre, claro está— se encontraban con bodrios y mediocridades y pantallas llenas de pavesas. Ningún puñetazo, sino más bien tedio o irritación.

A veces no hay nada tan dañino para una profesión, un colectivo o un sexo entero que sus defensores a ultranza, y me temo que un daño parecido al que se infligió hace décadas al cine español está a punto de infligírsele al arte hecho por mujeres. En la actualidad hay una corriente feminista que ha optado por decir que cuanto las mujeres hacen o hicieron es extraordinario, por decreto. Y claro, no siempre es así, porque no lo puede ser. Como no puede serlo cuanto hagan los catalanes, vascos o extremeños, o los zurdos o los gordos o los discapacitados. O los negros estadounidenses, ni aún menos los blancos, que son más. Todos sabemos de las injusticias históricas cometidas contra las mujeres. Hoy lamentamos que durante siglos no se las dejara ni siquiera estudiar, ni ejercer más oficios que los manuales. Que se las confinara al hogar y a la maternidad, sometidas a la voluntad de padres y maridos. Es sin duda el principal motivo por el que a lo largo de esos siglos ha habido pocas pintoras, compositoras, arquitectas, científicas, cineastas y escritoras (más de estas últimas, a menudo camufladas bajo pseudónimos masculinos). Las que hubo tienen enorme mérito, por luchar contra las circunstancias y las convenciones de sus épocas. Gran mérito, sí, pero eso no las convierte a todas en artistas de primera fila, que es lo que esa corriente actual pretende que sean. Es más, sostiene esa corriente que todas esas artistas geniales fueron deliberadamente silenciadas por la “conspiración patriarcal”. No se les reconoció el talento por pura misoginia. Se quejan, por ejemplo, de que a Monteverdi se lo tenga por un genio y en cambio no a Francesca Caccini. No sé, yo soy aficionadísimo a la música, pero el único Caccini que me suena es Guido, un pigmeo al lado de Monteverdi. Así, cada vez que se descubre o redescubre a alguna pionera de algún arte, pasa a ser al instante una estrella del firmamento, a la altura de los mejores, sólo que eclipsada tozudamente por los opresores del otro sexo.
 
En contra de esa supuesta y maligna “conspiración”, tenemos el pleno reconocimiento (desde hace ya mucho) de las artistas en verdad valiosas: por ceñirnos a las letras, Jane Austen, Emily y Charlotte Brontë, George Eliot, Gaskell, Staël, Sévigné, Dickinson, Dinesen, Rebecca West, Vernon Lee, Jean Rhys, Flannery O’Connor, Janet Lewis, Ajmátova, Arendt, Penelope Fitzgerald, Anne Sexton, Elizabeth Bishop, en el plano del entretenimiento Agatha Christie y la Baronesa Orczy, Crompton y Blyton y centenares más; en España Pardo Bazán, Rosalía, Chacel, Laforet, Fortún, Rodoreda y tantas más. En realidad son legión las mujeres llenas de inteligencia y talento, a las cuales ninguna “conspiración” de varones ha estado interesada en ningunear. ¿Por qué, si nos proporcionan tanto saber y placer como los mejores hombres? Lo que no es cierto, lo siento, es que cualquier mujer oscura o recóndita sea por fuerza genial, como se pretende ahora. Las decepciones pueden ser y son mayúsculas, tanto como las de los espectadores al asomarse a la enésima “obra maestra” del cine patrio. También la gente bienintencionada se cansa de que le tomen el pelo, y acaba por desertar y recelar. Hoy, con ocasión de su centenario, sufrimos una campaña orquestada según la cual Gloria Fuertes era una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio. Quizá yo sea el equivocado (a lo largo de mi ya larga vida), pero francamente, me resulta imposible suscribir tal mandato. Es más, es la clase de mandato que indefectiblemente me lleva a desconfiar de las reivindicaciones y redescubrimientos feministas de hoy, que acabarán por hacerle más daño que beneficio al arte hecho por mujeres. Lean, por caridad, a las que he enumerado antes: con ellas, yo creo, no hay temor a la decepción.





26/06/2017 -
Las mujeres que enfadaban a Javier Marías...

Que los columnistas cipotudos españoles han encontrado en el feminismo una diana contra la que disparar no creo que se le escape a nadie. Seguro que le vienen a la mente un buen puñado de ellos. Cambian sus caras y sus nombres pero no su misoginia, que los lleva a sacar las mismas conclusiones machistas hablen de lo que hablen, escriban de lo que escriban, piensen en lo que piensen.

Cuando escriben de mujeres es sólo para venerar sus físicos o para odiarlas por lo mismo. Rara vez uno de estos columnistas cipotudos dedican sus columnas a mujeres (mucho menos a mujeres cuyas apariencias no encajen dentro los consabidos cánones que contentan a la cipotudez) y, cuando lo hacen, jamás lo enfocan de igual a igual, sino que adoptan un tono (en el mejor de los casos) paternalista-condescendiente que dice más de lo que supuran sus líneas. A muchas ya hace años que no nos engañan, y quizás por eso insisten en tratar a las mujeres como objetos con los que ganarse el pan que surten en Casa Lucio, para que nuestra rabia viralice sus textos.

En realidad les da igual toda esa pataleta feminista que viene tras cada artículo perpetrado, su miedo de hecho está muy lejos del griterío; es precisamente la ausencia de éste los que les aterra. ¿Hubiera leído mucha gente a Pérez Reverte contar que ha estado bebiendo Frangelico en Casa Lucio si no hubiera dicho que Christina Hendricks tiene las tetas gordas? ¿Hubiera leído tanta gente ayer la opinión de Javier Marías sobre una autora si no hubiera sido un ataque a Gloria Fuertes y al feminismo? ¿Lee la misma cantidad de personas a Salvador Sostres cuando escribe sobre las virtudes de nuestra España que cuando dice que "las lesbianas no existen"? Estas preguntas se responden solas. Y ellos lo saben.

El problema no es el daño que hagan, porque la verdad es que no lo sé calcular. A veces me digo que hacen mucho, y otras estoy segura de que sólo nos envían más y más mujeres a la lucha. El problema es que desinforman y eso a veces puede generar dudas, como ha hecho Javier Marías este domingo es su columna de El País. El escritor, que como el resto de compañeros de cipotudez lleva mal la difusión que las feministas hacen de las obras de otras mujeres, cargó su pluma y decidió que era buena idea dispararla contra Gloria Fuertes en un artículo llamado "Más daño que beneficio". Contra Fuertes y contra el feminismo, por supuesto. "¿Cómo puedo relacionar yo estas dos cosas?", se preguntaría el buen hombre en su sillón orejero de piel al tiempo que encendía su pipa. Y se le encendió la bombilla. "Voy a decir que Gloria Fuertes es considerada una poeta relevante por culpa del feminismo, que le da mucha difusión". Y, con esta ideaza como base, en su columna escribe:

"En la actualidad hay una corriente feminista que ha optado por decir que cuanto las mujeres hacen o hicieron es extraordinario, por decreto. Y claro, no siempre es así, porque no lo puede ser. Como no puede serlo cuanto hagan los catalanes, vascos o extremeños, o los zurdos o los gordos o los discapacitados (...) Hoy, con ocasión de su centenario, sufrimos una campaña orquestada según la cual Gloria Fuertes era una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio".

Gloria Fuertes te puede gustar o no. Hasta ahí, todo en orden, tú puedes decir que este u otro autor no te parece bueno en absoluto por los motivos que tú expongas y lo único que se te puede rebatir es que tu gusto no es compartido por quien te lee. Hasta ahí, todo bien. Javier Marías no da ni un sólo motivo en toda su columna sobre por qué a Gloria Fuertes no hay que tomarla en serio: no sabemos qué ha leído de ella ni qué razones le han llevado a ningunearla como escritora. No sabemos si es una ausencia de motivos planeada o si es que estaba tan concentrado en atacar al feminismo que se le pasó. Sea como fuere, es fácil llegar a la conclusión de que a Javier Marías lo que le molesta no es Fuertes sino la difusión de obras de mujeres por parte del feminismo. Le revuelve un poco que, tras siglos de invisibilización, muchas de nosotras hayamos decidido dar viralidad a contenidos creados por otras que fueron silenciadas por el simple hecho de ser mujeres.

Y para fortalecer un argumento que nace de la misoginia y que a priori es débil, se inventa que el feminismo considera cualquier obra femenina como una obra de arte. No sé a cuántas feministas conoce el señor Marías, pero podría asegurar que cualquiera de nosotras conoce a muchas más que él, y yo no conozco a nadie que considere que las mujeres sólo creamos oro cuando pintamos, escribimos, esculpimos o actuamos. Nadie es nadie. Lo que sí creemos las feministas es que es necesario paliar una injusticia histórica como es la de haber enterrado y olvidado obras sólo porque las escribieron mujeres.

Como cualquier machista con más de nos neuronas que no cae en el "vete a fregar" porque sabe que queda en ridículo, Marías tiene a bien recomendar a otras mujeres (que sí tienen su visto bueno y que sí merecen la fama que ostentan), para que no parezca lo que es: que fue el machismo lo que le llevó a escribir su columna.

"Así, cada vez que se descubre o redescubre a alguna pionera de algún arte, pasa a ser al instante una estrella del firmamento, a la altura de los mejores, sólo que eclipsada tozudamente por los opresores del otro sexo. En contra de esa supuesta y maligna 'conspiración', tenemos el pleno reconocimiento (desde hace ya mucho) de las artistas en verdad valiosas: por ceñirnos a las letras, Jane Austen, Emily y Charlotte Brontë, George Eliot, Gaskell, Staël, Sévigné, Dickinson, Dinesen, Rebecca West, Vernon Lee, Jean Rhys, Flannery O’Connor, Janet Lewis, Ajmátova, Arendt, Penelope Fitzgerald, Anne Sexton, Elizabeth Bishop, en el plano del entretenimiento Agatha Christie y la Baronesa Orczy, Crompton y Blyton y centenares más; en España Pardo Bazán, Rosalía, Chacel, Laforet, Fortún, Rodoreda y tantas más".

(Desde aquí le damos las gracias, señor Marías, sin la opinión de un hombre no sabríamos diferenciar por nosotras mismas a las autoras buenas de las malas. Porque como usted bien sabe, no tenemos criterio).

Marías entrecomilla la palabra conspiración después de admitir que "hoy lamentamos que durante siglos no se las dejara ni siquiera estudiar, ni ejercer más oficios que los manuales" (a esta falacia de reconocer un hecho innegable para luego negar sus consecuencias habría que ponerle ya nombre). Y es que nosotras, además de considerar estrellas del firmamento a todas las mujeres sólo por ser mujeres, también estamos un poco locas y caemos en conspiranoias, como ésa del patriarcado y el género opresor. Ojalá no fuéramos tan crédulas para no enfadar domingo tras domingo a éste y otros señores. Recuerdan mucho a aquella cita de Virginia Woolf (perdonen, no está en la lista buena, pero me atrevo a citarla): "Exceptuando la niebla, parecía controlarlo todo. Y, sin embargo, estaba furioso".

Cuando Marías cita a todas esas autoras, me asalta la duda de si las ha buscado en Google tecleando "escritoras muy buenas, pero buenas en plan: sin crítica posible" o sí que ha leído algo sobre ellas y/o de ellas pero bueno, qué-más-da, de-perdidos-al-río. Porque lo cierto es que, con poco que las hubiese investigado, ya sabría don Marías que mejor no haberlas nombrado, ya que sus propias historias de miseria e invisibilización hablan por sí solas; y no precisamente para darle la razón al don.

Prefiero inclinarme por la "opción Google" antes que pensar que Marías sabe a qué se enfrentaron esas mujeres por tener la osadía de adentrarse en el mundo de los hombres. Y cómo muchos de sus colegas de profesión las trataron (aquí un hilo interesante de una feminista difusora de mediocridad).

Veamos algunas de las citadas:

Emily y Charlotte Brontë: la obra más famosa de las Brontë, ' Cumbres Borrascosas' no fue considerada un gran obra hasta mucho después, sus contemporáneos no le dieron valor. Las hermanas Brontë usaron en sus inicios nombres masculinos para que alguien las leyera.

George Eliot: Otra que se puso un nombre masculino para evitar una conspiración que nunca existió. Su nombre era Mary Anne Evans. Si a día de hoy tiene reconocimiento es porque tuvo que optar por el nombre de George para poder escribir de algo más que de amor romántico. Mucha gente (incluso a día de hoy) ha leído  El molino del Floss sin saber que está leyendo a una mujer.

Jane Austen: en vez de masculinizarse como hicieron muchas otras mujeres y adoptar un nombre de hombre para tener más libertad en sus escritos, escribió bajo el nombre "By a lady". Y ya eso era un riesgo. Pero Austen hizo malabares para no salirse de historias que giraran en torno al amor romántico y al matrimonio de sus protagonistas, salirse de esa temática era más arriesgado aún que dedicarse a escribir siendo mujer. Woolf, en Una habitación propia, dejó claro el porqué de este particular: "La crítica asegura que tal libro es importante porque trata la guerra. Otro, por el contrario, es insignificante porque se ocupa de los sentimientos de las mujeres en una sala de estar". Mientras las mujeres escribieran de amor, estaban más o menos controladas dentro del "libertinaje" que suponía escribir en sí mismo (y esto nos lleva a otra gran frase de otra mujer, Kate Millet, "El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban.")

Como contó más tarde el sobrino de Austen en sus memorias: "Que pudiera realizar todo esto es sorprendente, pues no contaba con un despacho propio donde retirarse y la mayor parte de su trabajo debió de hacerlo en la sala de estar común, expuesta a toda clase de interrupciones. Siempre tuvo buen cuidado de que no sospecharan sus ocupaciones los criados, ni las visitas, ni nadie ajeno a su círculo familiar".

Emily Dickinson: es gracioso que la nombre precisamente a ella, porque murió sin haber visto prácticamente nada salido de su puño publicado. Sólo años más tarde, cuando ya no estaba tan mal visto que las mujeres escribieran, algunas feministas "difusoras de artistas que no deben tomarse en serio" la sacaron de donde fue olvidada. Hoy es considerada como la imponente poeta que es para que Marías pueda nombrarla en sus artículos.

Podríamos seguir, pero creo que todo se resume en aquella frase de otra de las citadas por Marías, Emilia Pardo Bazán, sobre la conspiración que entrecomilla él y que ella describe como "si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida".

Podríamos seguir, como decía, pero sería repetitivo; no es difícil entender los obstáculos que encontraron en vida estas autoras, y cómo no fueron reconocidas hasta que el feminismo hizo avanzar a la sociedad. Una vez dados los pasos necesarios hacia delante, hubiera sido imperdonable que sus obras no se hubieran desempolvado como ahora desempolvamos a escritoras de la II República como Luisa Carnés. La Historia, con la colaboración necesaria de señores con el criterio lleno de prejuicios, ha enterrado siempre obras y vidas de mujeres porque eran mujeres. El progreso y el feminismo hace que otras mujeres quieran investigarlas, homenajearlas, conocerlas y recordarlas, y poder sumar sus creaciones a las bibliotecas donde siempre debieron estar.

Lamentablemente, siempre habrá hombres -que jamás tuvieron el problema de las incontables mujeres de cuyas obras jamás sabremos nada- que usarán sin remordimientos su lugar privilegiado para echar otra capa de tierra a las enterradas. Y, de camino, también a las que están con pala en mano intentando salvar la memoria.




¿Por qué no gusta que nos guste Gloria Fuertes? 
29 junio 2017
A Javier Marías no le gusta Gloria Fuertes. Como no le gusta Gloria Fuertes, y tampoco que guste, ha denunciado la "campaña orquestada" durante el centenario de su nacimiento, en la que se reivindica a Fuertes como "una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio". Marías adjudica esta "campaña" a "una corriente feminista" que glorifica -nunca mejor dicho- a las mujeres por su sexo y no por su trabajo, aportando un listado de escritoras "llenas de inteligencia y talento" -y vida eterna: todas murieron ya-, a las que sí merece la pena leer, disfrutar y elogiar.
La autora de Aconsejo beber hilo escribe en las antípodas simbólicas y artísticas de Marías. Cuando Gloria Fuertes cuenta París no se fija en la belleza del Sena, sino en los hombres de la calle que "comen pan mojado" junto al río y "fuman, fuman mucho". En ese poema -Mendigos en el Sena, de 1955-, Fuertes retrata a unos personajes deshumanizados, sin identidad ni ideología -"ni siquiera tienen ideas de izquierdas"- pero en cuyos versos finales irrumpe el asombro: "Llegamos a lo más sorprendente,/ también hay mendigas".
Gloria Fuertes construyó su obra desde la conciencia de ser mujer, lesbiana y pobre; desde la voluntad de dignificar y elevar el lenguaje cotidiano. De formación autodidacta, se declaraba "estajanovista del verso": a diario escribía dos o tres poemas. Su obra es tan inabarcable -la editorial Torremozas se enfrenta desde hace varias décadas al reto de publicar, de manera exenta, toda su obra para adultos- como irregular. En un mismo libro conviven poemas excelentes, en los que chocan el discurso amargo y la dicción luminosa, con brevísimas ocurrencias basadas -no es poco- en el juego de palabras. Por supuesto, de Fuertes se citan versos sonrojantes: tantos como los de muchos maestros en apariencia indudables.
Su poesía abrió paréntesis en la poesía española de posguerra: no se adscribe a ninguna tendencia y dialoga a la vez con sus coetáneos. En el trasfondo social laten las mismas circunstancias que empujaron a Gabriel Celaya o Blas de Otero, y con posterioridad a los poetas del 50; en su reflexión sobre la identidad ocupaba un espacio destacado la cuestión femenina, con recursos similares a los de Ángela Figuera Aymerich -ambas desplazan la crítica a ámbitos inéditos, íntimos: los asignados por tradición a la mujer- o María Beneyto. Y el tratamiento libérrimo del lenguaje la vincula con los postistas, y en cierto modo -Gómez de la Serna en sus destellos- con las vanguardias ibéricas, y subraya el humor: un rasgo tan enraizado como atacado en la poesía española.
No resulta del todo cierto que Gloria Fuertes se trate de una autora marginal. En los años sesenta se convirtió en la única mujer incluida en la prestigiosa colección Colliure, con una selección de su obra a cargo de Jaime Gil de Biedma; tres de sus libros figuran en el catálogo de la colección Letras Hispánicas de Cátedra. Su obra para adultos se estudia con entusiasmo en las universidades estadounidenses, donde se la considera una referencia para comprender la literatura en castellano del pasado siglo, y su obra infantil y juvenil nunca ha dejado de leerse.
Unos lectores en los que se sustenta el éxito del centenario. La Fundación Gloria Fuertes apenas ha contado con más apoyo oficial que el del Ayuntamiento de Madrid, de forma puntual; el Congreso de los Diputados prefirió el septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Miguel Hernández, una cifra más llamativa, menos redonda. Pero los lectores han comprado las antologías -tres: en Blackie Books, Nórdica y Reservoir Books- publicadas durante este año, han acudido a los homenajes y han reivindicado tanto sus poemas para niños, aquellos que despiertan nuestra nostalgia, como aquellos a los que apuntaba el foco: esa obra agridulce -y nada canónica- para adultos que cuesta etiquetar y clasificar, que no encaja en un sitio y encajaría en todos, que imprime sentido a lo que no quiere entenderse.
En resumen, los lectores han decidido rescatar la memoria de Gloria Fuertes, igual que sucede con otros escritores, hombres o mujeres: porque se cumplen tantos años de tal acontecimiento; porque una editorial de prestigio rescata su obra más emblemática; porque un articulista de referencia destaca un nombre, y hay quien se acerca a su librería de siempre con la recomendación doblada en el bolsillo. Me hubiera gustado conocer algún argumento que sustentara la opinión de Marías sobre Fuertes. ¿Por qué le parece sobrevalorada? Despojando su opinión de consideraciones literarias, Marías anula la escritura de Fuertes y la reduce a su sexo: no se habla de su obra, porque no existe.
Los movimientos de herstory -que reivindican otra genealogía posible, y que constituyen una forma más de entender el feminismo hoy- nos revelan a quienes escribieron antes que nosotras. A escritoras como aquellas a las que recomienda Javier Marías, jamás ninguneadas según él: como las hermanas Brontë, que debieron firmar sus obras con seudónimos masculinos; o como Emilia Pardo Bazán, cuya candidatura para formar parte de la RAE fue rechazada en varias ocasiones, sufriendo insultos por su físico; o como Carmen Martín Gaite, a quien Abc -tras ganar el Premio Nadal por Entre visillos- fotografiaba dando de comer a su hija, afirmando: "A pesar de la emoción de la noticia, atiende como todos los días sus deberes de madre de familia".
Esta revisión de la historia de la literatura nos ha descubierto a nombres de primera fila, a autoras secundarias, a creadoras con hallazgos puntuales: mujeres en tantos posibles lugares como los que han ocupado siempre los hombres. A la mayoría de ellas, las circunstancias históricas no les permitieron convertirse en las escritoras que podrían haber sido; hasta hoy no habíamos podido conocerlas. Luego juzgaremos si nos interesan o no sus libros, si se valoraron con justicia; pero tengamos, al menos, la oportunidad de leerlas y opinar por nosotros mismos, por nosotras mismas.

 en el canon tradicional hasta ahora
26 junio 2017 
A Javier Marías no le parece que Gloria Fuertes sea “una grandísima poeta”. Es una opinión tan respetable como otra cualquiera, por supuesto, pero el columnista de El País ha vuelto a levantar ampollas con su texto de este fin de semana al respecto. De su mensaje se recogía no sólo una duda del valor literario de una de las autoras a las que más se está reivindicando últimamente en el panorama español, sino de las mismas dinámicas mediáticas que lo han provocado.
Marías parecía decir que, sea o no cierto que se ha despreciado a las escritoras a lo largo de la historia (donde los hombres han dominado inmensamente el panorama sin que eso angustiase a los estamentos hasta hace poco más de un siglo), el hecho de que ahora se esté recuperando a “cualquier mujer oscura o recóndita” hace que se desvirtúen los estándares de calidad, que se sobredimensione a autoras que en realidad no merecen tanto la pena para perjuicio del Dios de las letras y, sobre todo, de los lectores.
El escritor se queja, en esencia, de que el sexismo inverso nos está colando a escritoras mediocres.
Como bien señalaba, hay muchísimas grandes escritoras en la historia (algunas de las cuales sí tuvieron que pelear para encontrar un justo reconocimiento a ese talento propio que sus coetáneos le negaban), muchas más de las que él ha citado en su pequeño texto. Pero nosotros no sólo defendemos que existan, sino que esta misma dinámica de apertura está causando una suerte de justicia y de riqueza literaria que, sin una conciencia de activismo feminista, muy probablemente nos hubiese dejado huérfanos de muchos referentes. Si la mayoría de nuestras bibliotecas está en un 85% compuesta de nombres en masculino, no puede hacernos ningún mal oír unos cuantos referentes del otro género.
Redactores del medio y amigos nos lanzan algunas recomendaciones ex profeso. Disfrutemos de la literatura y disfrutemos de lo que nos han contado las mujeres.

Lucía Berlin
Por Antonio Ortiz: Lucia Berlin ha sido mi gran flechazo literario del año con su Manual para mujeres de la limpieza. La mayoría de críticas emparienta su obra con la de Carver, yo la leo más cerca de un Salter pasado por México y a cuyos personajes, maltratados, les queda poca vida para el amor. El caso es que Berlin también está siendo un antídoto a mi actitud contraria a las modas literarias. Si gracias a ellas o al revisionismo feminista de la historia de la literatura se rescatan obras como ésta ya habrá merecido la pena.
Elena Garro
“La literatura de Garro debería ser considerada, en calidad y trascendencia, a la par de las dos obras maestras de Juan Rulfo”. Lo escribió Geney Beltrán Félix en el prólogo de los cuentos completos de Elena Garro, la narradora mexicana que fue madre del realismo mágico —con esa obra cruda llena de personajes femeninos fortísimos— pero que a ojos de muchos críticos, lectores y editores aún sigue siendo “la mujer de Octavio Paz”, la “musa de Bioy Casares”, la “inspiradora de Márquez” y la “admirada de Borges”. Ni mucho menos. Elena Garro no es de nadie. Elena Garro es Elena Garro.
Willa Cather
  
Por Héctor G. Barnés:
Creo recordar que llegué a Mi Antonia, cosas de la vida, por la canción del mismo título de Emmylou Harris. Quizá también por la sonoridad del título, al verlo en la estantería de la biblioteca. Lo leí el mismo verano que a Kerouac, Dos Passos, Burroughs o Capote, y lo recuerdo especialmente por ser el opuesto a la mayoría de ellos, ruidosos y furiosos: este retrato de la mujer del Oeste vista a través de los ojos del hombre es cotidiana, comunitaria, levemente sexual, una obra plenamente moderna. Como un antecedente de Meek's Cutoff de Kelly Reichardt.
Belén Gopegui

¿Las razones? Aunque probablemente no pueda estar en la lista de Marías por cosas típicas de su proceder (falta de diálogo intergeneracional ¡sigue siendo abiertamente de izquierdas y no socialdemócrata!) y PERFIL, las razones por las que mola? Ha captado mejor que nadie las tensiones de la democracia (El padre de Blancanieves), ha hecho un tipo de novela muy europea y llena de detalles visuales y experimentales sin prescindir de argumento o personajes (Lo Real) y, básicamente, se ha resistido estoicamente al manierismo y a hacer siempre lo mismo (¿a qué se parece El comité de la noche?).
Y su escritura, claro. Leer y asombrarse. Aunque no exactamente. Gopegui nos cuenta que alguien "inhalaba el tabaco con la avidez con que sus sobrinos, cuando eran pequeños, inhalaban el aire una vez que el llanto de rabieta dejaba paso a los sollozos de pena". Al mirar una ventana donde "un frío de nubes grises transparentaba el cristal" o una persona que "vestía de gris, tenía la piel muy clara y de sus ademanes estaba ausente el miedo a titubear".
Por enseñarnos cómo nos atraviesa el poder y abrirnos los ojos acerca de los mundos posibles, por reclamar la bondad. Por ser peligrosa y dar vueltas a lo posible.
 
J. K. Rowling
De forma arquetípica, la construcción del imaginario juvenil y adolescente de los chavales occidentales había quedado en manos de hombres. Stevenson, Twain, Carroll, Verne, etcétera. Y de repente llegó Rowling y se sacó de la manga la saga juvenil más espectacular, apasionante y brillante no sólo de su generación, sino de la historia de la literatura, y con un punto de suerte y de siglo XXI (viralidad mediante) la convirtió en un fenómeno de masas.
Hoy Potter y compañía son personajes construidos sobre bases tan atípicas (dentro de la normatividad) que han conquistado a niños y niñas de todo el mundo por igual, en una fiebre millonaria que ha colocado a Rowling inevitablemente dentro del "canon", por más que los puristas de turno la desprecien por su comercialización audiovisual y juguetera. No hay nada en aquel maravilloso cuarto libro de la saga que palidezca ante los Huckleberry Finn y las islas del tesoro de la vida. Y además hay dragones. Larga vida.

Luisa Carnés
  
Por Clara Morales:
Se podría reivindicar a Luisa Carnés (1905-1964) solo por lo excepcional de que una obrera sin formación llegara a publicar con éxito en la España de los años treinta. Pero su mirada única hacia las mujeres trabajadoras como ella, su sensibilidad para las estampas cotidianas y su escritura nada convencional se bastan por sí mismas. Las editoriales Hoja de Lata y Renacimiento recuperan ahora su obra.
 
Safo
Por Eva Paris:
Quiero recomendar a la poetisa Safo, que destaca tanto en su obra más popular como en la más intimista, y que dio nombre con su ritmo peculiar a un metro nuevo: la estrofa sáfica.

Natalia Ginzburg
No he leído a nadie que sepa plasmar mejor la belleza de lo ordinario que Natalia Ginzburg. Con su prosa, precisamente desde unas formas propias y únicas de la palabra escrita, consigue que nos traslademos sensorialmente al ámbito de las costumbres. De lo familiar. Su virtud expresiva es una angustia constante para el lector porque con recursos sencillos despierta nuestra humanidad, algo que nos afecta todavía más profundamente cuando en el relato aparecen los episodios de crueldad, de los que Ginzburg escribe muchas veces desde una suerte de recuerdos propios.
 
Hiromu Arakawa
Hiromu Arakawa es una de las escritoras y creadoras de mangas más importantes de Japón. Su obra magna, FullMetal Alchemist, combina el toque más divertido y ameno con temas como la codicia, la crueldad del ser humano o la ambición, todo reflejado a través de sus antagonistas, los Siete pecados capitales.

Elena Ferrante
Por Repollo:
Las Novelas Napolitanas me enseñaron las palabras que siempre me faltaron para describir las complicaciones que surgen en las amistades entre mujeres, y me dio una mirilla hacia el futuro con la que entender que las complejidades no acaban y que la amistad no es algo estático. Además me avisó de todas las maravillosas Lilas que este mundo se está perdiendo, silenciadas, pobres, vapuleadas y acosadas.
Pocas autoras han generado a su alrededor tanta curiosidad como lo ha hecho Elena Ferrante. No es para menos: su saga de historias napolitanas, traducida en España como Dos amigas, es una mano invisible que te remueve el corazón y las entrañas. No solo hace una radiografía fantástica de la relación entre dos mujeres desde la infancia hasta la vejez, sino que también la hace de Nápoles, de la violencia, de las tumultuosas relaciones que se dan en un barrio de clase obrera y de cómo las mujeres tienen que salir adelante, apoyarse y fortalecerse a pesar de los golpes y el yugo al que las someten los hombres de sus vidas. Pero hay algo más que hace que su figura sea tan enigmática: Elena Ferrante es un seudónimo de una mujer que ha conseguido vender en su tierra natal y en todas las tierras donde ha sido traducida. Y eso pica. Pica tanto que se ha asumido que su identidad es masculina. Pero lo siento mucho, carcamales. Elena Ferrante es brillante y es única. Y, además, es una de las nuestras.

Sarah Waters
Cuando todo el mundo celebraba que Park Chan-wook volviera a dirigir cine en Corea, yo festejaba que lo hiciera adaptando Fingersmith, la novela de Sarah Waters. La autora británica ha renovado la narrativa tradicional isleña, desde Dickens hasta Henry James, añadiendo nuevos ingredientes a recetas revenidas por el paso del tiempo: relatos fantasmales explicados desde la lógica de la lucha de clases, lesbianismo como elemento anexo a la novela social. Casi siempre con protagonismo femenino. Todo lo que ustedes buscaban, en estos tiempos de separaciones, para hacer un Brexit a la inversa.
 
Sarah Kane
Por Kaoru:
Sarah Kane es crudeza pura. Violencia, sexo, incluso momentos totalmente gore como en reventado, sus obras son una auténtica bofetada al estancamiento de lo políticamente correcto en teatro. Además se ahorcó con los cordones de sus zapatos en un psiquiátrico. Soy fan de las estrellas fugaces.
 
Angélica Liddell
Por Kaoru:
Angélica Liddell ha hecho algo parecido en España. Es un territorio dominado por el macho alfa, escribe con una voz propia y llena de poesía. Denuncia total. Y otra cruda como ella sola. Echadle un ojo a El año de Ricardo.
 
Mary Shelley
Mary Shelley soñó con Frankenstein un día verano de 1816, precisamente el año en no hubo verano. Se la puede considerar, a la vez, la primera novela de ciencia ficción y una de las mejores novelas de terror gótico del siglo XIX: pero si por algo debe pasar a la historia es por ser la novela moderna que mejor entiende el amor.
La literatura romántica es todo un catálogo de pasiones, amoríos y compromisos. Pero mientras tanto, Shelley retrata el amor no como algo ciego, sino como algo clarividente: porque solo en la intimidad del amor se ven cosas que permanecen ocultas; solo la mirada amorosa porque «hace a los hombres perspicaces» (como dijera Platón y tradujera su marido); solo a través de ella puede uno conocerse a sí mismo.
Y es que lo que hace que la creación del doctor Frankenstein sea un monstruo no es que esté hecho de trozos, ni que hubiera vuelto a la vida gracias al galvanismo: lo que lo hace un monstruo es precisamente que no haya nadie que quiera verse a sí mismo en su mirada.
Decía el propio Marías en el Corazón tan blanco que "el matrimonio es una institución narrativa" porque "estar junto a alguien consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato". Ningún libro como el de Shelly retrata la angustia de no poder pensarse de esa manera.

Alejandra Pizarnik (+81)

Allá por 2003, cuando Javier Marías todavía no se había reducido a la autocaricatura, se editaron en España los Diarios de Alejandra Pizarnik, poetisa argentina a la que no hacía falta reivindicar. Pasó un poco entonces lo que hoy con Gloria Fuertes: los blogs, el tuiter de entonces, se avivaron un tanto, poco, con el incendio bellísimo e incontrolado que era la palabra de Pizarnik. Pero claro, era ella extranjera y ausente y no tenía un lugar predefinido en el Canon de los Señores, esa biblioteca con forma de y olor a cojones sudados. Pizarnik no había sido poetisa de los niños, ni Marías tenía por qué atacarla -estaba ocupado, entonces, escribiendo columnas sobre lo mucho que le molestaban las manifestaciones incluso dentro de su casa. Y los niños, y las procesiones, y todo lo que fuese La Gente, como tardamos años en descubrir-. Su canon, ya hemos visto, es tan limitado como su desprecio: todo lo que no le suena o no ocupó su infancia no merece un lugar en esos cojoncitos inamovibles (aquí, por cojones, para esas criaturas horribles llamadas niños, Christie y Blyton; aquí, en esa extravagancia cojonera que es considerar la poesía en femenino, Sexton y Dickinson; aquí, en el desprecio por cojones, todo lo que sea tocar posmórtem lo que ya asignaron insignes pelvis previlegiadas).
A Marías le recomendaría leer Poesía soy yo, una antología de Raquel Lanseros y Ana Merino donde se reivindica a 82 poetisas en lengua castellana, cualquiera de ellas candidata a una columna de Marías o de cualquier otro de esos señores que, como decía Antonio Lucas en El Mundo, demuestran que la historia de la modernidad está escrita desde el escroto. Allí están Pizarnik y Gloria Fuertes, Idea Vilariño y Blanca Mistral, y así hasta ochenta y dos nombres insignes que a Marías no le caben en las ingles. Pero recomendárselo a Marías haría 'Más daño que beneficio'. Mejor que las lean quiénes sepan apreciar la literatura, y no los que pretenden hacerla de menos por cojones.

Aliette de Bodard
Hay personas que piensan que la ciencia ficción no puede dar de sí más que una sucesión interminable de clones de Tropas del espacio, y desde luego, si por algunos aficionados y autores fuera, así sería. Aliette de Bodard, en cambio, nos regala ucronías bien trabadas, en las que las culturas china, azteca y vietnamita del futuro lejano han colonizado el espacio de muchas maneras. Nos cuenta relatos noir, cuentos atemporales de emigración, relaciones familiares y sentimiento de pérdida combinados con intrigantes visiones de una humanidad que se resiste a dejar de serlo. ¿De verdad queréis otra novela más de marines espaciales?

Rebecca Solnit
En estos tiempos maravillosos en los que la concienciación sobre el machismo y sus profundas raíces es una lucha diaria a la que estamos dispuestas a enfrentarnos, y cada vez con más apoyos, la periodista y ensayista Rebecca Solnit es una de mis plumas favoritas. Ligera y brillante, ha narrado la crisis del urbanismo en América; ha contado la historia del capitalismo moderno a través de cinco desastres naturales; ha hablado sobre el acto de caminar como resistencia, como liberación y como experiencia estética; y ha escrito uno de los ensayos más importantes para el feminismo de los últimos años. Los hombres me explican cosas enumera, en clave de humor, diferentes situaciones cotidianas en las que se dejan ver las jerarquías de poder y la desigualdad de la mujer frente a los señores que lo saben todo se convierte en el común denominador de nuestras relaciones sociales. El problema de fondo es mucho más grave y resulta familiar en la narrativa cuñada de Marías: silenciar a las mujeres que tienen algo que decir. Rebecca Solnit, Roxane Gay o Yrsa Daley-Ward harían revolverse al columnista de El País si pudiera ver más allá del carajillo de las nueve. Una señal clara de que lo están haciendo bien.

Ama Ata Aidoo
¿Les suena este nombre? Los defensores de la idea de que conocemos los nombres y obras de grandes autoras porque son grandes y que "ninguna 'conspiración' de varones ha estado interesada en ningunear" a esas personas pues de lo contrario se las habría olvidado, tienden a dejar de lado en sus loas al brillo del esfuerzo y el talento que no solo en su época tuvieron que luchas por un puesto sino que muchas más personas han tenido que seguir manteniendo vivo su nombre. En algún momento, confío, veremos publicado en España How to Suppress Women's Writing de Joanna Russ. Mientras tanto podemos ir recordando nombres como los de Taeko Kōno, Estrella Alfon o este mismo de Ama Ata Aidoo.
No solo la ghanesa es una de las grandes novelistas africanas, con un discurso muy marcado de intención postcolonialista que ubica a la mujer y su problemática en el centro de la narración y el discurso, además es autora de teatro y poetisa. Tan completa que podemos decir con facilidad que es una de las grandes autores de África. El problema es que si ya está costando que se conozca a los hombres; que con una extensísima carrera por fin parezca que el nombre de Ngũgĩ wa Thiong'o comienza a ser conocido en España pese a llevar más de veinte años publicando en distintas editoriales, Alfaguara incluida; lograrlo con autores que se salen incluso más de la norma es un auténtico triunfo.
Ama Ata Aidoo merece ser conocida y recomendada, su único libro editado en España en la arriesgada y necesaria edición de Casa África debería gozar de más popularidad. Pero si no hay un movimiento de reivindicación, no hay gente promoviéndola y buscando una manera de hacerla más accesible... seguirá siendo para la gran mayoría un nombre igual de desconocido que en estos momentos. Y aún habrá quien diga que es por la calidad de ella y no por los privilegios de él.
 
Shirley Jackson
Shirley Jackson es una de las voces más personales de la literatura fantástica del siglo XX. Dos de las firmas más influyentes del género, dos clásicos como Stephen King y Richard Matheson reconocieron una deuda absoluta con sus tramas y recursos narrativos (y aunque no lo hubieran hecho: es evidente). Su La maldición de Hill House es esencial para entender la literatura moderna de casas encantadas, y es la novela más importante sobre el tema después de las aportaciones de Henry James. Y su cuento La lotería marcó a una generación de estadounidenses con su estilo frío y críptico: hoy es estudiado con la misma veneración que los clásicos de Poe. Su cima, sin embargo, es Siempre hemos vivido en el castillo, una historia desconcertante y enigmática que representa la cima de su estilo: fría, desapasionada, llena de significados e innegablemente femenina.
 
Joyce Carol Oates
Admiro profundamente a Joyce Carol Oates; con lo que me cuesta escribir un texto cada día, este monstruo de las letras alterna su cátedra de escritura creativa en la universidad de Princeton con la nada desdeñable tarea de publicar tres libros al año de manera regular. Tal estajanovismo es solo comparable con su eclecticismo, patente en diferentes vertientes: en primer lugar, desde luego, por su elección de temas diversos (desde sagas familiares a novelas policiacas pasando por biopics como el de Marilyn Monroe); en segundo lugar, por cultivar prácticamente cualquier tipo de forma literaria: novela, ensayo, estudios críticos, relatos cortos, novelas juveniles, antologías poéticas, y un largo etcétera); en tercer lugar, y no menos importante, por ser capaz de adaptar su estilo según el tipo de obra realizada.
De entre todas las características que la hacen única e irremplazable, me gustaría destacar algo que, realizado igualmente por la también magnífica escritora Margaret Atwood, supone un avance en la forma de entender la literatura contemporánea: la progresiva desaparición de la frontera, cada vez más difusa, entre lo que significaba “alta literatura” y literatura de género (denostada por la crítica más reaccionaria, entre la que el señor Marías se encuentra); Oates (como la canadiense) aboga por una mezcla simbiótica en el que no existen tales divisiones, lo único que existe es literatura, con letras mayúsculas. Afortunadamente, dado lo prolífica que es, siempre me va a quedar algún libro suyo que leer y esto es una esperanza que me reconforta porque, haga lo haga, acierte o no, siempre resulta interesantísima, siempre descubro algo nuevo sobre mí mismo o sobre la vida en general. Seguramente, de ella es de la única que puedo decir, sin ningún tipo de vergüenza, que me leería hasta sus listas de la compra.
 
Florbela Espanca
Una de las más famosas poetas portuguesas, cuya breve vida daría no para una sino varias novelas de romance y drama, se adentró también en el terreno del relato. Aunque fuesen mayormente sus poemas amorosos, cargados de erotismo, los que la hicieron pasar a la posteridad, merece la pena reivindicar la calidad y el carácter único de muchos de sus relatos breves, en particular aquellos dedicados a la muerte, donde prescinde de las herramientas clásicas de la narrativa para dar forma a complejos textos de profundo impacto sensorial, melancolía y belleza.
 
Christine Nöstlinger
Sucedió hace pocos años cuando revisé mi biblioteca y caí, como nos pasa a casi todas, en que durante la adolescencia sólo había leído a señores: a los clásicos, a los filósofos, a los que te mandan en el instituto. Recordé que de pequeña fui todo lo contrario: durante años estuve obsesionada con Christine Nöstlinger, que en España edita SM (El Barco de Vapor).
Nöstlinger es una autora alemana de literatura juvenil. No todos sus libros están en español, pero los que están los protagonizan niñas: Susi y Mini, a quienes dedica series completa.
Mini va a la playa, al colegio, a esquiar y celebra su cumpleaños; Susi escribe cartas a su abuela y a su amigo Paul. El relato en ambos casos es doméstico - la casa, la escuela, las vacaciones en el mar - pero la narración del día a día muestra lo que pasa por la cabeza de una niña de 7 años: se ven las crisis matrimoniales de sus padres, el rol de mujer y hombre en la casa y sus inseguridades diarias en el cole. Todo escrito en el lenguaje más sencillo (¡para niños!) e ilustrado por la propia autora, que además de escribir novelas y trabajar como periodista es licenciada en Bellas Artes.
Si parte del problema es la falta de referentes femeninos, los libros infantiles de Nöstlinger lo combaten desde la pura cotidianidad. En serio: si tienes hijas o hijos dáselos, porque será imposible que no les cautiven.

Dorothy Parker
Nomino a la poetisa, ensayista, guionista, pesimista, fiestera existencial, crítica y máquina de comentarios maliciosos Dortothy Parker, cuya vida es una historia alternativa del siglo XX y cuyo cebrero debería estar conservado en una de esas jarras de Futurama. Simplemente por Resumé, quizá la destilación más pura de su esquinado vitriolo vital, merecería estar en todas las antologías literarias que se publiquen en El País Semanal de aquí a Armagedón.

Zenobia Camprubí
A pesar de ser consciente de que son muchas las mujeres escritoras a reivindicar que tienen en su haber una obra maravillosa, me he decantado por hablar brevemente sobre una figura que ilustra a la perfección lo que ocurre cuando una voz —y con ella, un espíritu— es ahogada hasta el punto en el que todo lo que queda de ella es un lamento quedo, silencioso, que encuentra su espacio solamente a primera hora de la mañana, los únicos instantes que Zenobia Camprubí podía dedicar a sí misma.
No es ningún secreto que Juan Ramón Jiménez, a pesar de ser un poeta maravilloso, era un hombre enfermo con una personalidad asfixiante. Tampoco es extraña para nadie la idea general de la adoración que sentía por su esposa, a la que insistió para que le diera el sí hasta el punto de ir tras ella hasta Nueva York.
Pero antes de Juan Ramón, existió una Zenobia culta (era, al fin y al cabo, una niña bien que había recibido una exquisita educación liberal anglosajona), apasionada por las artes y la escritura. De hecho, llegó a publicar numerosas traducciones, así como artículos y cuentos de una notable calidad.
Como todo en su vida, lo que más se recuerda de su obra son los Diarios en los que relata los años junto a Juan Ramón, obra que supone un primer plano al rostro de una mujer que se descompone sin mudar el gesto. Zenobia escribe todas las mañanas, silenciosamente, para no molestar a su marido. No porque él se lo prohíba, sino porque una vez él despierto, Zenobia comenzará a orbitar alrededor de la enfermedad y las necesidades de Juan Ramón, al que ama profundamente (y al que, en mi opinión personal, también odia).
Esta relación tan malsana genera una atmósfera asfixiante en sus diarios que se manifiesta en pasajes tan lapidarios como “Necesito escapar un poco de la depresión de J.R. para sostener mi propio ánimo en un punto que sirva para levantarlo a él”.
No obstante, quisiera terminar hablando de Zenobia, la persona antes de “la Zenobia de Juan Ramón”. La mujer luminosa y con talento que escribía así sobre los cuadros de Sorolla:
The white hot sunlight that seemed to radiate from every canvas as it filtered through flickered leaves, flashed back from tumbling waves or gleamed upon scudding sails and dashing spray […] And Sorolla, in painting all this splendid opulence of light and air and swift joyous movement, was merely expressing in his own way the things he had seen around him […] He has left it to other painters to portray the gloomy and tragic side of life in Spain, but lest we should forget that there is also sunshine and laughter there.

Eres tonto, muchacho, tú eres tonto
y en tu casa lo tienen que saber,
porque aquí estamos hartos de saberlo
que eres tonto y qué le vas a hacer.

Eres tonto, muchacho, tú eres tonto,
no comprendes ni quieres comprender
a las chicas que tanto te enamoran,
eres tonto y qué le vas a hacer.

Déjate ya de tanta tontería
y no presumas de ser tan genial,
olvídate de tanta bobería
y a ver si te haces un hombre cabal.

Eres tonto, muchacho, tú eres tonto,
y aunque a veces te portes hasta bien,
es preciso que olvides tus manías,
eres tonto y qué le vas a hacer.

   Eres tonto, y no hay nada que hacer.

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